El Proyecto Salones de Artistas desarrolla los Salones Regionales y el Salón Nacional de Artistas. Los Salones se constituyen en una tradición viva y actual por su capacidad de redefinirse continuamente al responder a las transformaciones de las prácticas artísticas y a los desarrollos de la democracia y la descentralización en la política cultural.
Monday, February 15, 2010
Mariángela Mendez
We really do not know how we missed all the curators...
El Banco de la República viene trabajando desde 1958 en la formación de una colección de arte que ofrezca un recorrido por el arte colombiano y lo presente dentro de un contexto internacional. En la conformación de esta colección que fortalece el patrimonio nacional han participado, como asesores o donantes, numerosos curadores, conocedores de la historia y artistas. Durante estos años el Banco ha reflexionado también sobre la labor de coleccionismo a través de su programa de exposiciones “El ojo del coleccionista”. En el espíritu de este programa, la exposición Últimas Adquisiciones abre el diálogo con el público sobre el trabajo de coleccionismo realizado en los últimos seis años. La investigadora y curadora Mariángela Méndez hizo una selección dentro de las adquisiciones de estos seis años y presenta un relato sobre la colección. La exposición invita al espectador a establecer diálogos entre las obras contempladas, bien en su conjunto o bien en su individualidad, y a generar reflexiones en torno al Museo como institución que forma colecciones para ponerlas al servicio del público. El Banco busca, de esta manera, compartir con el visitante lo que es tal vez la esencia de la colección, ese algo más que es la lógica de las adquisiciones; el hecho de que cada obra dependa, se complemente con las otras para formar un todo que es la colección misma y que esta exposición logra mostrar. Algo que se hace visible entre la obra “Musa Paradisíaca” de José Alejandro Restrepo y la acuarela “Vista al río Magdalena” de Edward Mark; entre los paisajes Rococó de 1786 y el inmenso cielo azul de la pintura de Saúl Sánchez; entre la “Escena de Pueblo” de Alfonso Ramírez Fajardo y la serie “Río” de Martha Cecilia Posso.
Mariángela Mendez
LA ESCENCIA Y LAS APARIENCIAS
El museo es la institución del arte por excelencia y las exposiciones son un lugar de intercambio, el lugar donde la institución plantea su discurso. Las exposiciones no son simples conjuntos de obras reunidas en un mismo espacio con la excusa de un título o un programa; tampoco son solo el lugar donde la obra se presenta materialmente ante su público; son, en cambio, la instancia que complementa la obra al incluirla en el contexto de un discurso. En la distancia entre obra y obra habitan los diálogos entre artistas y coleccionistas, entre artistas y curadores, entre los artistas y la institución, entre la institución y la historia. Todas estas transacciones invisibles son necesarias para la circulación y visualización del arte, muestran la cultura política de los museos, actores legitimados—como la biblioteca y la universidad—para hablar de la identidad o la historia a través de los objetos que coleccionan.
Una exposición de arte debe estimular la percepción de manera tal que los sentidos y el intelecto del espectador aprehendan las obras en su totalidad. Concebir y montar una exposición significa encontrar la forma de sacar el mayor provecho de los efectos que una obra pueda tener a nivel sensorial, físico y semántico sobre el visitante. Pero al mismo tiempo una exposición escribe un discurso con las obras buscando combinaciones de ideas e imágenes que aporten una lectura nueva a determinado problema. La propuesta se hace a través de un ejercicio de edición que escoge qué se muestra y en qué tipo de secuencia, reuniendo bajo un mismo espacio piezas que tal vez no se vuelvan a mostrar en esa misma disposición o interactuando en esas mismas relaciones.
En pocas palabras, una exposición significa promover un diálogo elocuente entre las obras, y entre ellas y el espectador. Pero estos gestos dialógicos y discursivos que son las exposiciones son fundamentalmente actos de persuasión que no se basan en alguna verdad pura. Las obras de arte que le dan forma a esta muestra son objetos que estimulan nuevas lecturas, son metáforas materiales cuyos significados son inestables, están siempre abiertos al cambio y a la construcción de nuevos valores por parte del público. La representación siempre está en crisis, como en la inútil pregunta sobre cuál es la esencia y cuáles son las apariencias de un individuo cuando ambas características desplazan, reúnen y dispersan continuamente las nociones de identidad; una identidad que nunca se unifica y siempre se traiciona.
Ahora nos queda preguntar ¿a qué clase de discurso pertenece una exposición como ésta?
Últimas adquisiciones de la colección del Banco de la República es una muestra que se aproxima a la colección como colección, como un todo, como un archivo de obras e ideas que deja en evidencia la fragmentación de esa unidad que se llama colección.
Esta exposición es una breve antología de lo nuevo en arte, sin ningún interés por crear un conjunto racional y metódico entre sus obras. Normalmente una exposición valida los contenidos de una colección, borra el proceso privado de adquisición y esconde sus debilidades y carencias, incluye obras que en conjunto solo muestran coherencia. Sin embargo, uno podría decir que lo valioso de esta colección es la confusión y la dispersión con que se encuentran las cosas en el mundo. La muestra reúne lo que encaja entre sí bajo una idea general de lugar, ya sea el cielo, el infierno, el interior de la casa o el paisaje, la identidad que habita el yo, o el espacio que nos ganamos a costa de vigilar a los demás. De esta forma, mediante afinidades o mediante una sucesión en el tiempo, esta exposición nos enseña sobre las cosas. Por instantes pareciera que su objetivo es conservar algo que no puede ser poseído: la constancia del recuerdo, la abundancia del mundo, la participación en la tradición… Se trata de una colección que solo puede abrir y mostrar lo inasible, por eso siempre estará incompleta aunque sea rica, inteligente y plena.
La exposición ofrece cantidades de obras, una colección es sobre todo eso: cantidad. Pero una colección no es sólo un conjunto de objetos individuales, es un todo que contiene algo más que la suma de sus partes. ¿Pero qué es ese algo más de una colección? Cada obra depende de las otras y es lo que es por y a través de su relación con ellas, así que ese algo más podría ser el territorio de pensamientos, interacciones, conflictos e inconsistencias en el que las obras son el origen pero no el fin último de la colección.
En ese caso, el objetivo parecería ser dar cuenta del crecimiento reciente de la colección en tanto cantidad, riesgo y calidad. Tal vez lo que el Banco de la República nos quiere mostrar, cuantitativa y cualitativamente, es que su colección no solo se limita a completar los vacíos señalados por la historia del arte, sino que también ha contribuido con la construcción de esa historia al comprar obra de artistas jóvenes. Mostrar las adquisiciones recientes de la colección es incluir al público en los procesos del Banco en materia cultural. Hacer pública una actividad que normalmente se lleva a cabo a puerta cerrada hace partícipe a la comunidad de su papel de benefactor cultural ofreciendo a los espectadores, que es a quien va dirigida toda esta labor de acopio y promoción, una muestra que, al tiempo que da la dimensión cultural del Banco, sorprende con los espacios de difusión de las artes y sus políticas de apoyo a través de los programas de adquisiciones.
También pareciera que hay algo de mesiánico en las labores del Banco de la República, no solo por ser la única institución con una política de adquisiciones constantes, sino porque es consciente de la importancia de la razón histórica en este ejercicio de preservación y catalogación. Podríamos pedir prestadas las palabras de Walter Benjamin, cuando dice que lo que hizo a Fuchs un coleccionista fue su sensibilidad más o menos clara para una situación histórica en la que se veía inserto. Es decir, la política de coleccionar se puede mirar como un servicio social, que junto con un análisis del carácter institucional y sus actos de discurso nos permitirá re-pensar y definir la institución con base a un lugar y un momento histórico específico, no desde un lugar ideal.
En su texto “De la obra a la mercancía de arte”, Hans Heinz Holt compara a los coleccionistas con los buscadores de oro. Los Buscadores de oro, dice, “son aquellos aventureros que no ansían los medios para la obtención y reproducción de la riqueza ni de los ritmos burgueses de días agrios y fiestas alegres, sino que solamente cavan para obtener el valor puro. Su meta es un tesoro, no un patrimonio. Gozan del tesoro, gozan de su posesión, convertida en un fin en sí mismo.” De esta forma el sentido de la responsabilidad no queda manchado por la pomposidad propia del poseer, como sugieren algunas teorías marxistas, porque, como lo señala Benjamin, coleccionista es aquel que logra una ruptura con la tradición al crear un presente capaz de relacionar el futuro con el pasado.
Pero tal vez, la esencia de la colección está en ese algo más que es la colección misma, algo que se hace visible entre la obra “Musa Paradisíaca” de José Alejandro Restrepo y la acuarela “Vista al río Magdalena” de Edward Mark; entre los paisajes Rococó de 1786 y el inmenso cielo azul de la pintura de Saúl Sánchez; entre la “Escena de Pueblo” de Alfonso Ramírez Fajardo y la serie “Río” de Martha Cecilia Posso. Por eso, el trabajo que queda por hacer es saber oír a la institución misma como interlocutora en su contexto, aunque el discurso no pueda ser sino fragmentario, incompleto lleno de duda y vulnerable.
Como sugiere Bruce Ferguson, sólo “al concebir y entender la exposición como un acto de discurso, sabremos quién le habla a quién, por qué, cuándo y bajo qué condiciones. Sólo entonces podremos acariciar la esperanza de comprender lo que realmente se dice cuando el museo habla. Y habrá la posibilidad de que las exposiciones sean recíprocas, mutuas, discutibles y debatibles en un diálogo enriquecido y comprometedor. De lo contrario la exposición como discurso continuará siendo un monólogo seguido de un largo silencio. El silencio que lamentablemente alberga en los museos de arte en nuestros días.”
Mariángela MéndezProfesora Asistente del Departamento de Arte. Facultad de Artes y Humanidades. Universidad de los Andes
LA ESCENCIA Y LAS APARIENCIAS
El museo es la institución del arte por excelencia y las exposiciones son un lugar de intercambio, el lugar donde la institución plantea su discurso. Las exposiciones no son simples conjuntos de obras reunidas en un mismo espacio con la excusa de un título o un programa; tampoco son solo el lugar donde la obra se presenta materialmente ante su público; son, en cambio, la instancia que complementa la obra al incluirla en el contexto de un discurso. En la distancia entre obra y obra habitan los diálogos entre artistas y coleccionistas, entre artistas y curadores, entre los artistas y la institución, entre la institución y la historia. Todas estas transacciones invisibles son necesarias para la circulación y visualización del arte, muestran la cultura política de los museos, actores legitimados—como la biblioteca y la universidad—para hablar de la identidad o la historia a través de los objetos que coleccionan.
Una exposición de arte debe estimular la percepción de manera tal que los sentidos y el intelecto del espectador aprehendan las obras en su totalidad. Concebir y montar una exposición significa encontrar la forma de sacar el mayor provecho de los efectos que una obra pueda tener a nivel sensorial, físico y semántico sobre el visitante. Pero al mismo tiempo una exposición escribe un discurso con las obras buscando combinaciones de ideas e imágenes que aporten una lectura nueva a determinado problema. La propuesta se hace a través de un ejercicio de edición que escoge qué se muestra y en qué tipo de secuencia, reuniendo bajo un mismo espacio piezas que tal vez no se vuelvan a mostrar en esa misma disposición o interactuando en esas mismas relaciones.
En pocas palabras, una exposición significa promover un diálogo elocuente entre las obras, y entre ellas y el espectador. Pero estos gestos dialógicos y discursivos que son las exposiciones son fundamentalmente actos de persuasión que no se basan en alguna verdad pura. Las obras de arte que le dan forma a esta muestra son objetos que estimulan nuevas lecturas, son metáforas materiales cuyos significados son inestables, están siempre abiertos al cambio y a la construcción de nuevos valores por parte del público. La representación siempre está en crisis, como en la inútil pregunta sobre cuál es la esencia y cuáles son las apariencias de un individuo cuando ambas características desplazan, reúnen y dispersan continuamente las nociones de identidad; una identidad que nunca se unifica y siempre se traiciona.
Ahora nos queda preguntar ¿a qué clase de discurso pertenece una exposición como ésta?
Últimas adquisiciones de la colección del Banco de la República es una muestra que se aproxima a la colección como colección, como un todo, como un archivo de obras e ideas que deja en evidencia la fragmentación de esa unidad que se llama colección.
Esta exposición es una breve antología de lo nuevo en arte, sin ningún interés por crear un conjunto racional y metódico entre sus obras. Normalmente una exposición valida los contenidos de una colección, borra el proceso privado de adquisición y esconde sus debilidades y carencias, incluye obras que en conjunto solo muestran coherencia. Sin embargo, uno podría decir que lo valioso de esta colección es la confusión y la dispersión con que se encuentran las cosas en el mundo. La muestra reúne lo que encaja entre sí bajo una idea general de lugar, ya sea el cielo, el infierno, el interior de la casa o el paisaje, la identidad que habita el yo, o el espacio que nos ganamos a costa de vigilar a los demás. De esta forma, mediante afinidades o mediante una sucesión en el tiempo, esta exposición nos enseña sobre las cosas. Por instantes pareciera que su objetivo es conservar algo que no puede ser poseído: la constancia del recuerdo, la abundancia del mundo, la participación en la tradición… Se trata de una colección que solo puede abrir y mostrar lo inasible, por eso siempre estará incompleta aunque sea rica, inteligente y plena.
La exposición ofrece cantidades de obras, una colección es sobre todo eso: cantidad. Pero una colección no es sólo un conjunto de objetos individuales, es un todo que contiene algo más que la suma de sus partes. ¿Pero qué es ese algo más de una colección? Cada obra depende de las otras y es lo que es por y a través de su relación con ellas, así que ese algo más podría ser el territorio de pensamientos, interacciones, conflictos e inconsistencias en el que las obras son el origen pero no el fin último de la colección.
En ese caso, el objetivo parecería ser dar cuenta del crecimiento reciente de la colección en tanto cantidad, riesgo y calidad. Tal vez lo que el Banco de la República nos quiere mostrar, cuantitativa y cualitativamente, es que su colección no solo se limita a completar los vacíos señalados por la historia del arte, sino que también ha contribuido con la construcción de esa historia al comprar obra de artistas jóvenes. Mostrar las adquisiciones recientes de la colección es incluir al público en los procesos del Banco en materia cultural. Hacer pública una actividad que normalmente se lleva a cabo a puerta cerrada hace partícipe a la comunidad de su papel de benefactor cultural ofreciendo a los espectadores, que es a quien va dirigida toda esta labor de acopio y promoción, una muestra que, al tiempo que da la dimensión cultural del Banco, sorprende con los espacios de difusión de las artes y sus políticas de apoyo a través de los programas de adquisiciones.
También pareciera que hay algo de mesiánico en las labores del Banco de la República, no solo por ser la única institución con una política de adquisiciones constantes, sino porque es consciente de la importancia de la razón histórica en este ejercicio de preservación y catalogación. Podríamos pedir prestadas las palabras de Walter Benjamin, cuando dice que lo que hizo a Fuchs un coleccionista fue su sensibilidad más o menos clara para una situación histórica en la que se veía inserto. Es decir, la política de coleccionar se puede mirar como un servicio social, que junto con un análisis del carácter institucional y sus actos de discurso nos permitirá re-pensar y definir la institución con base a un lugar y un momento histórico específico, no desde un lugar ideal.
En su texto “De la obra a la mercancía de arte”, Hans Heinz Holt compara a los coleccionistas con los buscadores de oro. Los Buscadores de oro, dice, “son aquellos aventureros que no ansían los medios para la obtención y reproducción de la riqueza ni de los ritmos burgueses de días agrios y fiestas alegres, sino que solamente cavan para obtener el valor puro. Su meta es un tesoro, no un patrimonio. Gozan del tesoro, gozan de su posesión, convertida en un fin en sí mismo.” De esta forma el sentido de la responsabilidad no queda manchado por la pomposidad propia del poseer, como sugieren algunas teorías marxistas, porque, como lo señala Benjamin, coleccionista es aquel que logra una ruptura con la tradición al crear un presente capaz de relacionar el futuro con el pasado.
Pero tal vez, la esencia de la colección está en ese algo más que es la colección misma, algo que se hace visible entre la obra “Musa Paradisíaca” de José Alejandro Restrepo y la acuarela “Vista al río Magdalena” de Edward Mark; entre los paisajes Rococó de 1786 y el inmenso cielo azul de la pintura de Saúl Sánchez; entre la “Escena de Pueblo” de Alfonso Ramírez Fajardo y la serie “Río” de Martha Cecilia Posso. Por eso, el trabajo que queda por hacer es saber oír a la institución misma como interlocutora en su contexto, aunque el discurso no pueda ser sino fragmentario, incompleto lleno de duda y vulnerable.
Como sugiere Bruce Ferguson, sólo “al concebir y entender la exposición como un acto de discurso, sabremos quién le habla a quién, por qué, cuándo y bajo qué condiciones. Sólo entonces podremos acariciar la esperanza de comprender lo que realmente se dice cuando el museo habla. Y habrá la posibilidad de que las exposiciones sean recíprocas, mutuas, discutibles y debatibles en un diálogo enriquecido y comprometedor. De lo contrario la exposición como discurso continuará siendo un monólogo seguido de un largo silencio. El silencio que lamentablemente alberga en los museos de arte en nuestros días.”
Mariángela MéndezProfesora Asistente del Departamento de Arte. Facultad de Artes y Humanidades. Universidad de los Andes